Volviendo en el auto con sus padres luego de un partido, el niño no pudo aguantar la rabia y se puso a llorar. “El arquero es lo más aburrido del mundo, tenés que esperar hasta que la pelota venga”, decía desconsolado.

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Su padre -todo un motivador- trataba de alentarlo. “Pero si sos el mejor arquero que hay. A ver, decime, ¿cuántos goles salvaste?”, preguntaba el hombre intentando convencerlo de sus habilidades. Pero a Tobías nada parecía importarle y su angustia aumentaba cada vez más.

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